Sombreretes de sop e incubaciones del hambre en sierra gorda sin la carencia de las dificultades de ojear las boobies de la pareja de moondrake para hablar sobre los frenos chicle y la burbuja para soltar los temas de la lefa y el paisaje pisado por las vivencias anteriores y las ganas de más brotes y berengenales de genios y gremios sin otra noche de discoteca, aunque pasajera, retumbando con nauseas y flema de tigre, como para expediar las domesticadas piernas que ya ni aprietan ni miman los fotones, faltones de confianza entre la hermosura y la colocación del tentempié que protege cada ala de diez mil vuelos cúbicos que no obtienen intercambio de sensaciones para suceder el trono de las mujeres, de álgidas cabrecetillas del torpe troncal, que no avanzan, ni se ciñen a recordar los besos pera, y cada chocolatina de jengibre, y chile, y aguas de leche y colorantes y tiñes de llavero, de vacilonas estampas y cuerdos desdés de deseos y festejos y aquellos moldes, listos para profundizar con los cinco sentidos, y las normas sin hormas de sidra peliculera, como ensanchando la parte más atrofiada, la parte de la montura, colocada por encima del pombo, y el pongo mirando el dónde lo pongo, el sitio callado, o el freno de mientras, del cansino obstáculo que revierte las faldas, y las huele, entre ortosycunilingus, y viajes astrales al fondo del terreno excesivo que lagartea y se prostituye como el único beso de sombiesse tomando su martika con descafeinado de sabor a recuerdos uruguayos y a lametones lentos de seguir y explorar; y con otro ojo puesto al cable del pesqueo, con el anzuelo y las nupcias de la lefa y el óvulo, y las noticias del qué será la incógnita tarde del sombrerero.
Sombreretes de sop e incubaciones del hambre en sierra gorda sin la carencia de las dificultades de ojear las boobies de la pareja de moondrake para hablar sobre los frenos chicle y la burbuja para soltar los temas de la lefa y el paisaje pisado por las vivencias anteriores y las ganas de más brotes y berengenales de genios y gremios sin otra noche de discoteca, aunque pasajera, retumbando con nauseas y flema de tigre, como para expediar las domesticadas piernas que ya ni aprietan ni miman los fotones, faltones de confianza entre la hermosura y la colocación del tentempié que protege cada ala de diez mil vuelos cúbicos que no obtienen intercambio de sensaciones para suceder el trono de las mujeres, de álgidas cabrecetillas del torpe troncal, que no avanzan, ni se ciñen a recordar los besos pera, y cada chocolatina de jengibre, y chile, y aguas de leche y colorantes y tiñes de llavero, de vacilonas estampas y cuerdos desdés de deseos y festejos y aquellos moldes, listos para profundizar con los cinco sentidos, y las normas sin hormas de sidra peliculera, como ensanchando la parte más atrofiada, la parte de la montura, colocada por encima del pombo, y el pongo mirando el dónde lo pongo, el sitio callado, o el freno de mientras, del cansino obstáculo que revierte las faldas, y las huele, entre ortosycunilingus, y viajes astrales al fondo del terreno excesivo que lagartea y se prostituye como el único beso de sombiesse tomando su martika con descafeinado de sabor a recuerdos uruguayos y a lametones lentos de seguir y explorar; y con otro ojo puesto al cable del pesqueo, con el anzuelo y las nupcias de la lefa y el óvulo, y las noticias del qué será la incógnita tarde del sombrerero.
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