Siempre queda descolgado de la pesadilla, descatalogado como aquellas poses de primavera en cualquier rincón del eterno recuerdo, de la piel incesante salvo el arrancar a la falta de oportunidades de tejer el rodeo de la atracción de sangre maltesa y frescura, todavía con el empaste de corpulencias y gomorra sutil que funde el encierro dubitativo, los trastos, los trapos, las tapaderas acariciando la inconstancia del candor del vivir atravesando otro juglar de finura y juego de adoración en el alto cielo que viola la calle y el patio y el material del solstico pajarita adyacente al público podrido de sueños sentados con una lluvia fina de pucheros que se monta en la nata como virutas de flor y un nuevo acurrucado serás, gritando hierba para tragar y notas tristes de despedida cuajando en los títeres de mano e hilo cubierto de canela fluyendo como una ruta de polaroids y lemas de vino en el estribillo acelerando siempre las armoniosas cuerdas del dramatópico que ya oculta expectantes