Dice adiós el exhibicionismo desaforado, la ostentación permanente de cada marca, del perfil de la cosecha del 68, que pasa por delante las creencias y aptitudes apestosas y grasientas de su rostro desconocido en forma de musgo, grande, crespo, que aún tambalea sentado siempre en el mismo punto, mirando siempre en el mismo sentido, sin reconocer la mantequilla, ni las tostadas con papas fritas, ni los sucesos que compran canelones y empanadas gallegas para freir, y para no entender, que todo parece diluirse en sus semillitas, en su mismo volumen de clase alta, de cualquier arte del desenlace, casi sin decir miradas, ni palabras, ni postres de chocolate con regazos que no piden, sólo observan y esperan que sea la hora punta y
sus ataduras, sus paseos, sus altas horas, sus pesadillas de los ayeres del ser que chilla, y no sabe más, y se termina el papel del día a día.

Comentarios