Pendubste

Tungsteno, cálido caliz de mineral, de romper aguas en el entremedio del cornetto  entrando por el patio de bragas y bombachas bingueras haciéndose con el espéride en los segregados diferenciales en el momento de entrar a la servilletera del sénior vip, o para llamar a ibarburu antes de la publicidad, antes de señalar las gomas de la tierra, o los dolores raros de encéfalo, los rígidos de no saber si será algo peligroso o no, en el enlatado extremo de girar los premios, las tortugas de huchas, o las luchas de ver y oler el vértigo de las canturias, o las frutillas de narciso que no detalla la actitud de sentado, y sin el habla del mancuerno pixelado a la cuneta bajando los orejones forococheros que no hablan de veces, emocionando las dinastías del ADN de la reina del brillo, con zarigüeyas parando el tequila, el plalpensar de dejar sitio a lo nuevo, al gallináceo pedo de masticar la contundencia presurizada para jugar con la precisión del profe de paz, que marca la persona estándard, o el olor de pan recién sacado del recuerdo de la abuela, de una inolvidable aventura al óleo, como involuble cansancio de comer chile serrano y de hartar siempre la conversación única a aries, al tabloide de quesos y zapatos en boca del fuet; y algún tiempo de metáforas de erythroxylum, o cumparsitas del nada de nada, sin tipos de brujas ni aquellos tapujos de cítricos y ordihuelas de almohadas esclavas del menosprecio que vuela en la dirección de la molestia agria de aquella morada opinión que no habla de su yo, del cambio, de la lectura hacia el refilón de nines, hasta las bocas de nientes y pelo, y novelas de autores, de siglos que ganan vales y avales sin percepción de los años maravillosos que ya no pesan y no estarán más esperando las junturas a la vuelta de la esquina derecha del timbre de mimbre perenne y más dudas del ayayúes sabor a almendros y saldos para tratar las baldosas íntegras de cacahuete.