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Odvogor

Babuchas a cinco millas, a las de odovogó sin el tiempo de emparejar la calma con el papalote, con lo lírico que sana el buceo hacia los magníficos y extraños vocablos de bacalao, y las prisas por retocar párrafos de mico-onco robados de la actitud pobre de la actuación de la incerteza del musgo e hifas pares que revitalizan a la primera toma, como tres barbitúricos de propofol que sitúan el sueño con las arrastradas y curiosas repeticiones de tendencias y pasiones y el sueño lúdico que se tiende a emborronar por la madrugada, o por cada babucha de piel a tres euros, a la pública apariencia de la poca actitud de el error salvaje de tentar cada selva negra, cada fea aparición sobre el otro papel de un disfrute de pasiones y líneas en la misma base que el confort de llevar anillo en los labios menores, en la inferioridad del Seo , del gesto de aparcar para aplaudir la vida y los torombolos de chimichurri y felting, y algo de éxito con la palabra que no te hará caso ni para ir a apalabrar odvogorés con las cuentas del tobogán de emociones que silencian las embajadoras betas en los pezones o en cualquier otro rincón del cuerpo, de la canción sin fin de las once y siete que saldrá cuando la paranoia deje de hablar con voz de fracaso y pitido y dedo, y dado profesional en el tablado de la lista de la suerte, que retoca casi cada dificultad de la entrada en findes y cumpleaños, y en algún tipo de ruido de gozo, llamando la atención del futuro que se ve de boches y colorines y fuerzas y más serpientes anacaradas con nubes de azúcar y tetillas gallegas y tientos y copias  y quesos de surrealista entrada para la última previa y esquiva sensación de ardor en las partículas que no llegan realmente al miedo de fracasar, ni a las estrategas disoluciones de luz blanca para los amperios sin más aspectos que replantear.      

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