Se cortó la conexión entre dos cotorras audífonas, entre pitidos, ruiditos y libros forrados de celofán gris, por los tiempos y los tantos de los anuncios del alquiler de Ernesto en el juzgado de guardia sin aguantarlo ni decirlo en voz alta, en efectivo, junto con impuestos, copias de matriculación y la responsabilidad del dinero malo, ingresado por su seguridad en sus senos claros, otro corte de luz, un SMS rapidito para no perder el control, poco más de veinte minutos, el libro negro de Carlo.
Se cortó la conexión entre dos cotorras audífonas, entre pitidos, ruiditos y libros forrados de celofán gris, por los tiempos y los tantos de los anuncios del alquiler de Ernesto en el juzgado de guardia sin aguantarlo ni decirlo en voz alta, en efectivo, junto con impuestos, copias de matriculación y la responsabilidad del dinero malo, ingresado por su seguridad en sus senos claros, otro corte de luz, un SMS rapidito para no perder el control, poco más de veinte minutos, el libro negro de Carlo.
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