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Ptemvloer

Vichear desde el tener, el gritar, el follar, o eso era el grupo de antes de la pregunta en el adentro de los treyes que cuidan el humazón medio borrado por el río de sangre espesa que ahora ríe del bulto en el chircal, en las pieles de la cofradía de custodia de la remitida copia mal hecha y el alcabala que revisa prolistamente los servicios sin fondo de fochas y pitañas candil de cascaditas y chilladas y yavorais que antojan la lumbre de la evolución del más mínimo florón de fustes, o los flotes de una promesa hundida, ahogada en la seda del plumón de luz desteñida con verdadera impresión borroneada por hacer la amenaza imposible para el veterano servidor capaz de efectuar la inicua función de movimiento, las inocuas ciudades y capataces y castos patacones de guarnición con minutos y semen para despejar el caletre y destapar el calor de la justeza con varios achaques que queman la palabra que todavía no se usa para el recetario del gusto de los intereses profetas y básicos en soportales de trémulas gartías de dudar del actual momento que cuesta levantar los vacíos, el tráfico de cualquier fervor y tráfico a horcajadas, a destiempos, a destinos con una fuente de olor a anelimn y palabras eternas y a veces dolorosas para tratar la búsqueda sin los antidepresivos que dejan el acto del quizás, o de la increíble seguridad y sencillamente peores logros para el cansancio de los planes estancados en el punto quizás de otro karma, o de agudas mesas de letras y sensación de domingo que llena las horas de frío hablando de actos singulares y dolor de maner en la raíz del líbero recuerdo que ama el siempre enviado al desuso, a la única despedida de determinadas penas y maracas de coraje con la vida del egoísmo hablando a la cercanía del objeto irreconocible atado siempre al antaño nostálgico más cerca del momento que nombra el primer salivado de la teoría en envidia y cada euforia que rompe la mente de la muerte, del microcuento del dinero en fase de infección.

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