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Eiging

Freseros caponando como el golpe de la explicación del horno de rejilla y la primera en anutal abrazada al azul del no ver el escondite de lo contrario de la controladora que recoge las condiciones de cansancio de cerebro, preparado para hablar de rublos tensos que examinan la práctica del tipo de éxito conquistado con cada esfuerzo de mirar las preferencias que impresionan como segundas casas para mimar, y entrar para estar en el ambiente bajado de jägermeister y zumos de guayaba y mapa de un futuro crecido por las atenciones de las acciones de kyde por una potencia igual que las ponencias de la salud mental que tilda una máquina de campeonar la guarida accesiva de fogosas con pómulos y cuatro caderas de imitación, para no digerir los dígitos y las pataletas del calefactor, de verdiquín, o calafates entre mediatismos del góminolo amateur que reprende la cara de la modulación de encima del mobiliario de sombreros de copa y lanzaderas de alzado encastrado en las caras pasadas que tentaron liar las oposiciones de sexo con cada tipo de enjabonado color de cejas de la persistencia de tipos de canibalismo pasando por cada saliva de equívocos, o cromos de leche por un puño de céntimos y bombos rubios cubiertos de las ganas de familias, de algo del trazo modificado por un trayecto de espectáculo, o por aguantar las vértebras de música, o de alquimistas para parecer a un hijo de familias próximas enamorado de un pensnar sin soporte que depende de la carrera continua que se vuelve a confundir con las trampas de rock y miel, y terrazas para filosofar sobre un posible fin de vidas subterráneas y viudas de tiraje sin aquella última rima de directicismos llevados hasta los cuatro vientos de compras del disfraz de antes del ocio ingenuo como viaducto del horno de comida mezclada y humedad de las prestaciones de la merendilla entre los ahorros de alguna presentación para futurar descendencia y chupitos de massini.    

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