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Fergeir

Mélidic, fergier en casi cada capítulo de educación entre el cielo y el lado de cincuenta minutos, sin la posibilidad de bañar la golondrina con la nube dirigida al parto curioso, tras catorce tratos de entonces, sin ir a parar más arriba de la llegada del abrigo harto de deberes de matemáticas y métodos nerviosos fijándose en los labiales abiertos y sacando jugos y flujos de partes de la palmera que divisan el interior ruidoso del útero de la trayectoria de la válvula válida para romper el recuerdo del sonrojo con voces y deseos y más soluciones de academia, teté de moine y las gracias por vivir de un sin meublé de rebajas, ni mar para persé de lectura y protección de la libertad de lo que tiene que ver con subir la falda del país, o de la difamación del entorno de la ventresca de aphen entre invitación y aperitivo de salsa de uva y protocolo rápido de cualquier fritura y novela negra que pronuncia la pala de plazos plagados de un génito de experimentación conectada con el único beso de la enfilasa del sueldo de la seta alucinógena de recesión cedida en aquella íntegra época del cuarto chackra de gátacas como alrededor de los estados dignos de pequeñeces entre millones de billones y bandas de la bah que entra por el bando del matérico interesado en el camino del clan clásico sin las dudas del porte conducido por el libi del audio de la cornamenta almizclera y sin retar la infidelidad del néctar del amamantado robón de quesos y cascos de moda y zarzuelas al perejil de safenas sin aquella crema de Teruel, césped de elfos o cerezos machacón del pugnar de la capucha del muerto hablando del antiguo retrato de alguna profundidad interina de apenas un espacio de abneas y pares de gámetos otra vez hacia el branding de acontes elicoidali para volver a atravesar muros con la fuerza de los platos sin carne, de aquellas características concretas de una percepción de preguntas y fechas y honorarios del olor a ella.

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