Vueltajornales, en los semejantes semáforos de cómic inyectando las ideas, gota a gota, persiana a persiana, pera a pera, gemido a gemido, como algas de bares y orgasmos de pizzas recién salidas del trilero, por dúplico e ilícito con distiguida interpretación del respiro feo, concornado, claviscénbulo, agotado de los últimos ataques de rabia de cánones disparatados y desparrames por la ciega castidad de justa privación atando largas horas y misas de dos, que relatan los destellos y las búculas y cada repetición del diplí, del souvenir del sí señor, del plus, del efe doce con caperucita y astenia derecha, bastante más morada que la roja, alba de sueño, de molestia de tororó servil de exterior, y la obscenación vecina del garreo cerdo, con ganas de fornicar cada sueño, cada vida que se va con el pensamiento del joven eterno, extraño, cuarentón, de tragos y musgos y confusiones del ératos sin jamás, y sin espurnas de más chisporroteo de agridulces sensaciones de fumatas y fomentos, y cabestriñas de masturbaciones, atando botones del pocampo, y nervios sin condicionantes que asustan el tipo de raíl, o aquellas acusaciones de querer excavar la prúrdica estafa sin explicación elocuente, envuelta en almas divididas entre sueños, sombras y pedos de estenopeica y cocinados con caffenol y bitcoins, afirmando el no sentido de soñar con la choco party sin la invitación de otro embarazo con un chorrito de ron de los santificados para reparar lo que ya se abandona con el reflujo de las galletas y el moco y la pizza argentina de medusas y cangrenas incómodas que ensanchan los rechazos a la zarzaparrilla con alfombra para acompañar la uva de champí, que repite la nota de la diosa del anís y la absenta y el iris nublado sobre el profesor de tenis en el intento de atortillar la mitad del producto de guiomar sin la risa para la misión de la sabia, y tirando largo el centro VIP, y las horas del espectacular aspectro de payasos y truchos de última hora copiados de los soplos y de algo que no llama al editor de más sexo rojo.
Vueltajornales, en los semejantes semáforos de cómic inyectando las ideas, gota a gota, persiana a persiana, pera a pera, gemido a gemido, como algas de bares y orgasmos de pizzas recién salidas del trilero, por dúplico e ilícito con distiguida interpretación del respiro feo, concornado, claviscénbulo, agotado de los últimos ataques de rabia de cánones disparatados y desparrames por la ciega castidad de justa privación atando largas horas y misas de dos, que relatan los destellos y las búculas y cada repetición del diplí, del souvenir del sí señor, del plus, del efe doce con caperucita y astenia derecha, bastante más morada que la roja, alba de sueño, de molestia de tororó servil de exterior, y la obscenación vecina del garreo cerdo, con ganas de fornicar cada sueño, cada vida que se va con el pensamiento del joven eterno, extraño, cuarentón, de tragos y musgos y confusiones del ératos sin jamás, y sin espurnas de más chisporroteo de agridulces sensaciones de fumatas y fomentos, y cabestriñas de masturbaciones, atando botones del pocampo, y nervios sin condicionantes que asustan el tipo de raíl, o aquellas acusaciones de querer excavar la prúrdica estafa sin explicación elocuente, envuelta en almas divididas entre sueños, sombras y pedos de estenopeica y cocinados con caffenol y bitcoins, afirmando el no sentido de soñar con la choco party sin la invitación de otro embarazo con un chorrito de ron de los santificados para reparar lo que ya se abandona con el reflujo de las galletas y el moco y la pizza argentina de medusas y cangrenas incómodas que ensanchan los rechazos a la zarzaparrilla con alfombra para acompañar la uva de champí, que repite la nota de la diosa del anís y la absenta y el iris nublado sobre el profesor de tenis en el intento de atortillar la mitad del producto de guiomar sin la risa para la misión de la sabia, y tirando largo el centro VIP, y las horas del espectacular aspectro de payasos y truchos de última hora copiados de los soplos y de algo que no llama al editor de más sexo rojo.
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