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Dompeme

Domepé, con algo perenne, de plástico inocuo, conllevado para tratar los tártaros, las encimas rebajadas para peregrinar los chantajes con alguacil y berros y cerros para girar con cada invención del cerebro, del piropo de eme y algo extra de bucle y dopamina, y quicios intranquilos como rotundidad intacta y expresa, combinada con cada sachio, cada nombre portugués, o cada obsesión por las cabezas de burbujas de semen, y dibujos del futuro en la bombacha, y olor a cálido, a caliz, a expresión de bereber, de inseguridad matemática, como leonas y amasadoras  del tiempo oscuro que besa al frasco del momento más dulce y frío, sin el cupido mayúsculo que se repite a cada trencho de las cuatro etiquetas de dopé de siempre; entre algo ñoño y frondoso para confiar, para retar otra pausa más larga que la anterior, que el ciclo de palabras y válvulas de escape que ya no sirven como vulvas dilatadas y úteros y otro nacimiento como de falso demonio que quiere lo que quiere y se pajea con soda, con la incorrección de la sua propina de tiempos estancados por no hablar de sedentarismo y excusas en malas praxis como bromas y úrgugos, y feos ungüentos encapotados como para preparar lo que vendrá, lo que llamará al futuro, a aquellas betas del último traje, del único ornamento de nata, lubricante y mantecol, y ésforas y metáforas y preparaciones para romper la cuántica aceptando el acierto que remueve una y otra vez el último aborto.    

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