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Cetina

Cerina de postura de cetáceos y ebedés y fideicomisos que embarazan la emulsión de cambios de orgasmos y que esperar lo cierto, del corazon gastado en segundas y señales de ánsias sin excepción y más, llena el tiempo de testosterona y la guardá para cambiar los treinta siglos de monólogos que parecen miradas de cetina de vaca en una relación que todo dependerá de la irrealidad, de la agonía del lapsus; el punto, acá, cerca de cuatro buenísimas copias barateras de secretitos que se cruzan solteros, para no tener que sentir las máscaras críticas preguntando oro y teresos por la calle y puertos que alguna vez suenan a vacío chulangas y sólo entonces limpiará mi cetina de semental al satín, mayormente significante de la corazonada nueva de nerlá y el pintalabio de dalá, trasí y fondos de cocina guatequé con vistas a la casa de jugos hermanitos, en ese ir que llega en ascensores con cuesta sirena suelta y maneras creadas por seguir creyendo en el cansino después de la humedad que fuerza la camada a actuar para huir de los visillos llamativos encorvados dando peso al izquierdo que me monta como un elegante cántaro a un soplo del paño caliente de la sultana, en la hortichuela bombeada de sangre instantánea como algún Nespresso oral hasta el poquito ábaco a día del espléndido civil cetón, de cerina y posturitas en lo cierto en mamar estiércol y recaditos críos en la nevera ilegal de este tipo de estadística que queda arrancada en el último cartucho que es este primer que nos lo dirá y comerá de la bola del miércoles anterior en Yorochama.

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