Blecua

Barriacas de ácaros pasables por orden y mando nos vió barbudo rollazo fasnubil, de un loco armario grosero de metro por metro en el cintillo del hilo blanco, púrpura, ceñido entre dos, y a la matriz del arce Ricárdez, exiduos cojos, sonetos y gatíos similares al sitio del cocido colgante en los escasos labios que anchan y acampan en dejarme conciliar la receta en bandolera, aunque descolorida de gena bajadita de corazones y nada se puede al doblar la negra pena que me dedica sobretempos de canáculos al plato recostando guiños y reminiscencias de la canilla, blecua básica, ajada en degustación con sus puntas al tinto y mirlas variación del taural constante escuchando a Dylan sunscrito al moteado pensamiento en los tachos de basura y placebos gurús y el calor que no sonríe el multicolor en un sobre por el bulevard argentino de armenios y musas que me divagan las partes testosterosas, a precipicio como alianza retirada de la autoría típica exigencia del best seller plagiado al vómito de verdades partícipes al singular viaje por las profecías del responsable del tuno de liberación para superar la particular me dizer que tive, a confundir Diciembre por tierras sorianas, y eso recuerda a ça les douzé, que se gastan a cuestas más continuadas vespertinas y mucho menos particulares salas de espera donde nunca toca entrar a ver la doctora quesil y los caminutos para llegar a masturbarla despistada en el preludio de regaliz y semen enganchado al caramelo, casi el capricho con la banderola del poder curioso del tortolito trotando acurrucos sencillos en la espuma del arbolado oloroso a alimento y leche deshaciando un cardumen de herba en los peligros de feria con terrazas a tope y gestas que siempre gustan feriadas y corridas por los sonidos de las fuentes en frondosas lecherías en la orilla arcaica, al caer esos días de orgasmos frágiles.