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Lakregje

No hay un uso intensivo de lakregje, ni el estilo de afirmar los pasos al galope de un nido de los casquetes de bala hablantes, entregados al largo pozo sin que se embargue todo lo suyo escaso, en entregas de simples tuneos de laringe esperando la suavidad de la salud mental en salas públicas para tratar con contagios del buen deshacer, de unas dichas titulaciones de sexologo y cunilingüista de rubias y pardas cátedras de universo, o bolso, o merchandising de precariedades o varias excusas de no tener ni ganas de andar, ni de ver los pies del burro herrado, saltándose normas y más pasos de la última galleta de coco con mikonos o especies respaldadas con las cámaras infrarrojas sin aquellas fases que desorientan las dos categorías de intervenciones sin aquella fachada de caramelos y nubes y trozos de algún cambio vacío del camino que marcará la noche y las formas de agotar el movimiento de caderas o del tronco equino, parecido al de la fulana que siempre da el callo para reafirmar cualquier ruleta de foliación y veinte en uno, de normas de excitación y otras propuestas para recuperar estilos de comensales editando las ganas de mear y el corte de pelo cutre a lo ADN de faraón introducido a la moda actual de más estética ordenada con la prevalación de querer oler las curvas maquetadas con el último piso de altura, sin los tacones de nombre taltál y brownies del mismo peso interminable con el tope del recetario de Abril y aries y montoncitos de conchas para comer y morder al gusto con el fondo tapiado para no volver a ver el sentido de la temperatura en el primer paso de cargarse la compra con unos recién salidos entre el cabreo y las precalentadas con la primera ojeada de afinación, y de afirmar otra reserva de hamburguesa de pescado afincado en una lengua de bonito en escabeche templado en el último reposo antes de acompañarlo con las saladas salsas de satín y flujos de Oporto.

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