Luteico, creciendo en la equivocación del útero semantino, arrugado, arrollador en la esencia de táblecos y varas de tres en tres perdones y vóngole en shatelón, en cualquier paisaje que se dibujen flores y brotes de marmurias y margaritas de miel, de calorías y sinsentidos como urgencias y gardenias para llegar al aplicador de selecciones y el paladar de los productores con la recomendación del cuando, nombrando las pobres balas de retratar la voz hacia una retina única que entrega la basta para quemar el pescado de las cuatro y cinco y mira hondo en las locas zagallas, en los miramentos amamantados por otra cortina de sal adelantada al subidón sin ruido, ni las cuatro antenas que deleitan con el alterne del no entre síes y sismos pegaditos al colofón del extintor extendido como varios versos sin edición, varios haikus, varias conexiones sin el contraste inyectado a la testosterona para el paladar y el silencio del correr inspiracional, hacia ninguna parte, hacia el homo viator corrido por todos los prados habidos y por haber, o por leer, o por fertilizar con semillas de carbón, y de fondo la serenata que sonará en la despedida de los versos breves pasando por las importancias del máximo silencio de nuevas marchas y planes sin una obsesión concreta de entregarse a la antigua usanza con la tragedia absolutamente trabajada e imperada por los más altos jeques de empujar el fin de las ayudas al óleo, sin insinuación de ningún tipo ni interés de destacar el extraño al mundo, al rehacer zagales y puellas con barro femenino para fermentar la masa del alquiler del tabú.
Luteico, creciendo en la equivocación del útero semantino, arrugado, arrollador en la esencia de táblecos y varas de tres en tres perdones y vóngole en shatelón, en cualquier paisaje que se dibujen flores y brotes de marmurias y margaritas de miel, de calorías y sinsentidos como urgencias y gardenias para llegar al aplicador de selecciones y el paladar de los productores con la recomendación del cuando, nombrando las pobres balas de retratar la voz hacia una retina única que entrega la basta para quemar el pescado de las cuatro y cinco y mira hondo en las locas zagallas, en los miramentos amamantados por otra cortina de sal adelantada al subidón sin ruido, ni las cuatro antenas que deleitan con el alterne del no entre síes y sismos pegaditos al colofón del extintor extendido como varios versos sin edición, varios haikus, varias conexiones sin el contraste inyectado a la testosterona para el paladar y el silencio del correr inspiracional, hacia ninguna parte, hacia el homo viator corrido por todos los prados habidos y por haber, o por leer, o por fertilizar con semillas de carbón, y de fondo la serenata que sonará en la despedida de los versos breves pasando por las importancias del máximo silencio de nuevas marchas y planes sin una obsesión concreta de entregarse a la antigua usanza con la tragedia absolutamente trabajada e imperada por los más altos jeques de empujar el fin de las ayudas al óleo, sin insinuación de ningún tipo ni interés de destacar el extraño al mundo, al rehacer zagales y puellas con barro femenino para fermentar la masa del alquiler del tabú.
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