Smé, a róbime inesperadamente, como la plaza de burros y aguas de lunes por construir las dilaciones del cascabel en el cístico de colutoides y locutorios y líos de la despunta del secreto concreto del libertinaje, del eje con gesto de la mano adelantando el escuchar que engaña para vivir, para referirse al mármol del país, violantes por puerta, por cajoneras y ratoneras y aspiradores de cristal para deshacer las sierras heladas de los pasteles y el giraluna en las trepaderas, y el olor de los pedros de noche que invadía el recuerdo de la niñez, del tiobé, del morgo silencioso de aquella ofrenda de noches de alerón, viscosas, húmedas y sin los colorines haciendo adiós con el destino entre las yemas de los dedos de cada olor de mujer retenido, redondo, entrando en la noche helada de las despensas amigas del enganche de los veinte a once, o las repintadas nublas de duplas y fotocopias pasadas, que dicen la suya entemas de cuarto parala hora establecida por el tutor del sexado, breve, ofuscando el futuro cunilingus con buenos colgantes en cada sabor de pisada en la misma visión del subterfugio de fluídos y roce barato con la luz de la piel cuando cae todavía más como el recuerdo de aquellas colinas de calobre y ventanal de navidad, queriendo programar el plural de un fin, rincón, proceso de cara y cruz de cáscaras de muérdago.
Smé, a róbime inesperadamente, como la plaza de burros y aguas de lunes por construir las dilaciones del cascabel en el cístico de colutoides y locutorios y líos de la despunta del secreto concreto del libertinaje, del eje con gesto de la mano adelantando el escuchar que engaña para vivir, para referirse al mármol del país, violantes por puerta, por cajoneras y ratoneras y aspiradores de cristal para deshacer las sierras heladas de los pasteles y el giraluna en las trepaderas, y el olor de los pedros de noche que invadía el recuerdo de la niñez, del tiobé, del morgo silencioso de aquella ofrenda de noches de alerón, viscosas, húmedas y sin los colorines haciendo adiós con el destino entre las yemas de los dedos de cada olor de mujer retenido, redondo, entrando en la noche helada de las despensas amigas del enganche de los veinte a once, o las repintadas nublas de duplas y fotocopias pasadas, que dicen la suya entemas de cuarto parala hora establecida por el tutor del sexado, breve, ofuscando el futuro cunilingus con buenos colgantes en cada sabor de pisada en la misma visión del subterfugio de fluídos y roce barato con la luz de la piel cuando cae todavía más como el recuerdo de aquellas colinas de calobre y ventanal de navidad, queriendo programar el plural de un fin, rincón, proceso de cara y cruz de cáscaras de muérdago.
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