Megor, en mejor de las tentadas apuestas al abismo de la ausencia que cambia de manos, y diamantinas de pared estática, sin cableados ni el agua de boca para bucear y amarrar cuerpos en el gigante entril que saca la entrada de entrantes y morunos y olores a desgaste fraguado por las malas entrañas y babuchas del demon, figurante como la voz del no, las selectas sorpresas hacia el mal que revive la colmadera de irache, del puro morbo servido otra vez en bandeja, en rubia calana de erección sin quererlo, sin buscar el gato del panadero, ni las truchas de aquellas servideras al cuadrado que simplifican las frases rápidas que quieren avanzar y no pueden porque hay dolor en las úlulas de cada tubo de orín y costra y sonda y delirio y megoró, mejor que con la sorgina del complejo de Penélope, debajo del ejército de humo, del calíope que quiere seguir alargando el mejor, las cuatro restantes letras de diferentes alternativas que cargan con la chocolatina y las tribus del lento decir, dormido en las piernas del córner sin números de las evidencias epicéntricas que corren para hablar con varias de las neuronas desconcentradas, y la pintura del empate, que no juega a remover las caricaturas de las cartas para que la estilográfica siga la cabeza del pomo.
Megor, en mejor de las tentadas apuestas al abismo de la ausencia que cambia de manos, y diamantinas de pared estática, sin cableados ni el agua de boca para bucear y amarrar cuerpos en el gigante entril que saca la entrada de entrantes y morunos y olores a desgaste fraguado por las malas entrañas y babuchas del demon, figurante como la voz del no, las selectas sorpresas hacia el mal que revive la colmadera de irache, del puro morbo servido otra vez en bandeja, en rubia calana de erección sin quererlo, sin buscar el gato del panadero, ni las truchas de aquellas servideras al cuadrado que simplifican las frases rápidas que quieren avanzar y no pueden porque hay dolor en las úlulas de cada tubo de orín y costra y sonda y delirio y megoró, mejor que con la sorgina del complejo de Penélope, debajo del ejército de humo, del calíope que quiere seguir alargando el mejor, las cuatro restantes letras de diferentes alternativas que cargan con la chocolatina y las tribus del lento decir, dormido en las piernas del córner sin números de las evidencias epicéntricas que corren para hablar con varias de las neuronas desconcentradas, y la pintura del empate, que no juega a remover las caricaturas de las cartas para que la estilográfica siga la cabeza del pomo.
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