Ószoir en la escucha de córpores y babuchas, y sensaciones a corazón abierto, enamoradísimo de elisé y del pan de pistachos y acelgas y del amasado que llegará mañana con el beso, el collar, los polvos mágicos de oscoir, del gran legado de la abuela, o las horas del reloj dorado que parió y ya lo dejó parado hasta ceñir páramos y agas que romperá con el jabón de levadura y cacao previo al ver de dónde viene la introspección y dónde va cualquier melancolía hecha con notas y archivo de imágenes y fábricas de locuras digitales y compras melómanas como novedad de la pareja pajera, y cada contractura del proceso creativo que jura la eternidad del producto, del intento de propósitos y grandes amores que ya han llegado y han tocado el contrapunto de un tiempo de luz y fuerza y ritmos de la vida bailables que siempre reflexiona con la contradicción de un hit de mares y líneas rectas hacia el fado de amor, de fechas desgastadas y recovecos sin aquella prisa de antaño que no sabía si saldría aquella susú en el encuentro oscuro del reservorio lechoso del preservativo público, en el último pico de montaña del ananá cóncavo, en boca del chupóptero en tetera de cinco boquillas y algún cuajado de emmental o leds furtivos viendo la lista cantada que rivaliza la lírica en material traicionado por el arrastre que vivirá vida de rico, en biodraminas secadas al llegar a un punto G tardísimo para huir con la sed del próximo orgasmo ya real, el de las horas a hombros como las hormonas hablando con el patriarcado.
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