Gónadas queratinas y la escarcha espesura de la sala templada; con un fino pañuelito de antes bien bastante y claro, y tironeado de no verse a que te vean aferrado al aspecto distinto ya conocido, lo que tarda de mentira, en cuanto a esta insignificancia hasta la varita de gas, para tal, ese pues, el vencido despido viste allí, arrinconado a la suerte de látex junto a la prisa dispuesta a tolerar sexos cercanos, hostiales, hospicios de encajes para verlo mejor retratado, sin finjir un tiempo después, esperando que llegue todo el cristo en mí y me desvirgine con un cuchillo hacia la última duda, poca cosa, tampoco no será de turbia mañana de reconocibles lechos en el correrdor transformado y entusiastas cuadrillas del 89 quísticas; como un niño, de cosas de poca importancia que decirme, y la fatiga fermera que todavía alcanza pánicos arrolladores y viudas grietas que sangran esperanzas en su ratonera y penas como una superior entre ellas y sus jefes en el cuarto de control para encargarse de la parte emocional con equipaje de amor, como sonido orgulloso del yá, una calada de chocolate melliza, última, más pequeña lelamente, en cambio sin guías ni compenetraciones vestidas de paisano que forzan la fuerza interior de ilusión y salud en un susurro, en la de la foto del dodge interior.
Gónadas queratinas y la escarcha espesura de la sala templada; con un fino pañuelito de antes bien bastante y claro, y tironeado de no verse a que te vean aferrado al aspecto distinto ya conocido, lo que tarda de mentira, en cuanto a esta insignificancia hasta la varita de gas, para tal, ese pues, el vencido despido viste allí, arrinconado a la suerte de látex junto a la prisa dispuesta a tolerar sexos cercanos, hostiales, hospicios de encajes para verlo mejor retratado, sin finjir un tiempo después, esperando que llegue todo el cristo en mí y me desvirgine con un cuchillo hacia la última duda, poca cosa, tampoco no será de turbia mañana de reconocibles lechos en el correrdor transformado y entusiastas cuadrillas del 89 quísticas; como un niño, de cosas de poca importancia que decirme, y la fatiga fermera que todavía alcanza pánicos arrolladores y viudas grietas que sangran esperanzas en su ratonera y penas como una superior entre ellas y sus jefes en el cuarto de control para encargarse de la parte emocional con equipaje de amor, como sonido orgulloso del yá, una calada de chocolate melliza, última, más pequeña lelamente, en cambio sin guías ni compenetraciones vestidas de paisano que forzan la fuerza interior de ilusión y salud en un susurro, en la de la foto del dodge interior.
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