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Fornyland

El sexto, como casi no aprieta el curioso origen del serio orden divagado del discurso de la vocación del juicio del miedo, que prefiere la huída desde la experiencia de los cables sin planteamiento de las ganas de hacer maestros, con una simple conjunción de prioridades y pedazos de sujeción de la cola de pequeña intrusión del mal recuerdo de menos impaciencias de ocupación apartada por otra oportunidad real de amor para potenciar ataduras sin formar parte del cambio social  y real, discriminando cualquier asociación de enmedio que siempre rechaza el último día, las últimas enamoradizas esencias del viento, de las nalgas en la cara, con la bombacha hablando del olor de la vejez, y la fornicación pendiente del despertador, de la fantasía, del dulce, de aquella dejadez por miedo, balbuceando el historial de inertes sexos, como de piedra y palos y desconfianzas ante todo el mundo, ante hiedras y desguaces que no quieren estimbres ni cimbreles ni risas acortejadas acomplejadas por las donaciones pasando por bananas de jerejé bañadas de hormonas femeninas que ya no se soportan en cuerpos masculinos y tienen ganas de seguir garchando al dueño del cuerpo portentil en el biciclo prometedor que ni alcanza las evoluciones más investigadas por las fornituras y aquellas afirmaciones que ya no pueden suponer el amor de otros, y ni las cuchillas, ni el propio diazepan ya conectado con el cerebro después de tantos noes y rechazos y vértigos y retenciones del apego, del tiempo follado para leer y que no se repita y quede en el olvido colgado del éter, y que no vuelva a visitar al mago que no fornica poco con la fórmica y con el tablado de tangos y fados y nombres de madera.       

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