Se me ha olvidado la razón de un niñato que se toma su ingenio como un cuento salvaje de sus escenas de un matrimonio feliz, que nunca contesta a las encuestas de la calle sin saber contestar su última palabra, sin mirarse al espejo, sin tener frescos los recuerdos de la infancia. De unos recuerdos sin bises que juegan a los cabrones inofensivos de no volver nunca más, que recuerdan los médiums parlantes que dicen, que hacen la compra, la cena, la dieta que se cobra con la comunicación de los juegos eróticos, del límite del stress de los 18.000 euros, de la ayuda de la salsicha tontorrona con huevo, con el arroz, con el pollo coqueto rebozado que pincha los preservativos para entrar en la operación baby.