
Dejándolo fundir se consigue la textura deseada, la que hace que cada cliente se gire cada vez que pasa una bella dama por el paseo central del espeso bosque castigado por el paso de los años, por los recuerdos de los enamorados que se conocieron allí compartiendo los bombones de helado y cada una de las tortículis forjadas entre sorbos y periódicos de mazapan formando figuras inquietas, sin el sentido del almuerzo ni de la vida, o de cualquier pueblecillo andante desconocido por sus millones de habitantes habituados a no comer churros, ni beber batidos de coco, ni nada por el estilo de una juventud completamente perdida.
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