
Llama como antes, con la misma voz temblorosa llena de orquídeas secas para dar otra vez las órdenes y normas agonizantes, no se libra de esta incomodidad, del vaivén absurdo de aquellas palabras cuajantes, que fallan encerradas entre clavos y espátulas vulgares, hombros pegajosos que escuchan lo que no tienen y renuncian de pies y manos y escriben lo primero, las molduras, las casas sin menor gracia, los abusos, las tantas que se quedan porque gritan y amenazan los últimos tiempos plácidos sin el diablo enganchado a la colita regalando remeras de la selección mexicana y comiendo aves de corral, violando los derechos sumisos de cualquier parte de sus pechos enjutos, o de sellos soviéticos, chinos, armenios, que intentan llegar otra vez fuertes a su favor.
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