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Opiúmnar

Sensación de cinco minutos más; más opio para disimular la bajada, la pesadez voluta, el intrincado abrigor de hierro y susurros inflamados, humeantes, casi con poderes y hiedras para vecinos finales y el trauma del últimamente que disfruta con la nota mental del plasma positivo en mazmorras de sertana erna para los del premio relantizado en versa, en otra méntola para el futuro que va con el pico de años despiertos en un post cualquiera con un sorbo de merengol en una virundela de lágrimas y menta para la jubilación de la cerveza en los teclados tecnos como bestias imposibles de oficina que apestan a colomó, a remansos rensores para las timbas y el reproducido que lo llevan hasta ella, la imaginaria viajera fémina, misteriosa, que ni existe en beta rasgada, emancipada por las enhorabuenas con cunilingus incluido para encajar al disfraz de búsquedas e histéricos monos a caballo galopante, cualquier de segundas en el proceso fantasma, mago aparte del disparo grisáceo, hasta haberlo resuelto a la máquina de las siluetas que se estrellan contra los arrecifes de bengalas y el pedírselo muerto, decente, como cuando un quinceañero entra a la guapa de faldas de bambú para intercambiar el acné de las máquinas y saludos etiquetados por el ánimo que falta por sostener, en traducción compacta para teleconcursos de desgavación fiscal, en la píccola postura acurrucada de la dinamita del evento a evitar; el elemento parecido al veneno que sobrepasa al motocombo del cambio sobre el presente, planificado para el futuro resquicio lúgubre.

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