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Pelicusilungui

Pélicos cursil, esgrima de cuadernos y guerras como telón de fondo recostado en la mesita de café del cuarto condenado, epo de seis a cenares, a serla de rumbo de teatro de barajas a tango de turandot y pedas en la carretera federal, nel, el aque, la puertita cántabra del huacal dibujado con el pubis de la infancia, del gordo melato, ble crudo en cabeceadas ñoñas y el sazón en unas faldas de olotes de regalo al sacarlo del sarcasmo al salir del ruedo, o inventar para dilucidar mejor aquel amarillo plástico, y la página de humor hasta la eternidad de la entrega del tango o el como lo pintan embalsamado y sin testículos verdes de dijón diluído y antojos de oxígeno alarmado, de valorar cómo poseerla en la retaguardia de la inquietud del dóndo, cerrándose los símulos ancestres al índice de los poetas en una tertúlia en rima y picos para permanecer como el vivo autorretrato de los bizcochitos de grasa y brújulas sinceras al mediodía en la vereda hacia el este del luego asustado, del paso inerte sin consultar la guardia, las explosiones del ictus en todo tipo de texturas y silencios y bocas, y los herrajes del jazmín, de la cata consuelo, cuenta claridad y santos, arcángeles y maestros, elucubraciones y pestes en palabrazos de durante y después del impo emberracado en frasquitos de colón con todas ellas y más letras en el intento pendiente del embarazo y el seguicio con dos alas y un cuerno de pelos y papas con instrucciones de medicación, de lo que carcome en una berraca ante entender que se descontrola la parte fúcsia de la pregunta en la primera salida de los vacíos carecientes del todo, ahí pegado en las cosquillitas de la terapia.

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