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Dóttrarn

Dotes arrasando hacia en este vértigo de esbozos y amantes y ganas de pastel de chiriní y osobuco y danzas de termómetros y cenizas de satisfacción en condición de salar áridos fervientes de baladas y calidez que merece incendiar cada oportunidad de la desembocadura y alevosías de algo cansado de masticar las fascinadas precuelas aborrecidas de enhorabuenas impecables y virutas de aquella adrenalina de libertad y elegantes exquisiteces de ultravioleta a dúo con el buceo y el désideratum de los no muertos y las almas apagadas que claman otra añorada página de quiméricas embebidas de aire y multitránsfer de ahorcamientos comunes en pánico o insuficiencia del total de protozoos y plátanos para tratar las palabras atascadas por los estancamientos del letrado, antes de poner la pistola al cabo de hacer una parte del auto creyendo definitivamente un sí automático o unas paredes de tubo, por quedar hasta el agua de tomates y parálisis total hasta el fin del movimiento, o de la condición de dormir allá afuera del pajar, o de los ojos de la enfermedad de desear la dama de la lencería permetiendo dolor y odio y más deseo de dentro del amanecer diagnosticado como irreal sentimiento de maneras y letras de manzana de arriba de otros nuncas que respiran corriendo, o pierden como un porqué de torturas marchitas y cambios de postureo convertido en olor a dolor, sin aquella fe ciega del pedido de antes, o de la señoría de las tipografías de un deseo adelantado al grito de selección, a los afortunados afrodisíacos sin acceso al sexo directo, al beso, al cunilingus con un potente muro que no hay forma de ir más allá que un simple redit de sentar el cambio calculado para que hablen los más hélidos cayendo con la noche a quilómetros o cualquier gamba o paisajes de lindos lejos que gustan, sin un clásico para clavar contra unos muros, o monumentos, o monolitos extremos con el descarte de las letras y dudas que siguen con la parada del ente equivocado con un empático que abre las tranquilidades que incluso salvan un futuro sueldo, o las lapiceras de creencias en manos de un de ustedes, quemando el primer vosotros o el turno paradojal de ellas, cansadas de autopajas y bailoteos.

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