Taaltje

Acaule, taalt, o los goles del relinche de los motes de lejos, o de los porqués de todo cliente silente por los cinco bostezos, o rondos afónicos, despechugados, ahorrando sensaciones y finitas luces con el punto de apoyo inmortal antes de caer a la angustiada niebla de ese papel de arrugas y rayos metafóricos de tafetán o contrafuertes al final de las espaldas y justo antes del hermoso culo en cura de cuerpos sucesivos, o pizarras de chopos, ruinas sucesorias, conferencias de diseño y caras sin enaguas a la misma distancia que la otra piel del rebote derruido entre un fino otoño de pianoforte y taquillas expendedoras de quintetos y melancolías translúcidas y apanteradas como esgrimas en la palidez de las colinas que no aprovechan el aire del violoncho empañado de extrañas ráfagas de fragor ofreciendo pervertidos alambres de corriente alterna, en la primera sangre sobre el heno y el zureo del tubo de turba parlizado como en un juego de dos en la última forma debatida por la construcción de un viaje imaginario y atendido por mantener el pecado como para orinar en un taxi público entre los pubis del físico foro del elitismo irrecuperable a través del interior reconocible por la seducción y necesidad de serlo y romper con cada tabú de la pura calma que debate por el eterno destino de alargar la mezcla de alarmas y espectros nacidos del analfabeto cruel, o del sea de otro cuerpo de cuero, o de la cera variante en intensidad de sacrificio, en unas pajas de cama en medio de la selva corta de acaul sin interior de soda que recoge las capas del prog conrama de webinares o las bocas de los embolados para entonar un entonces como entorno del modo offón, o con el corazón propicio a ser de moto por tres cuartos de momento.