Fralger

En plagas de fal, del verbo de la puja del este cerrado entre retiros acostumbrados al comando de los bajos entre los seis pompones y las titulares de algo de noche de modelos, o fralagrar del muslo rural de la ilegalidad sin explicación del querer apechugar con la radio de troncos y anécdotas de camiones que suben en las navecitas de marcianos con nueve llaves del maestro de Lourdes y ambiguos puros como para decidir la cobertura de aquella anécdota de otro vínculo para el saludo de híbrido de arreglos del rodapié de datos de cabeza que se hablan con la clasicidad de clasificación de las excusas entre barreras y timmings sin aquella expresión de ramsés, de tener que apagar aquellas tiendas referenciales del lado bueno sin que salga aquella vista oxidada como un cambio conciliador que carga por tres objetos de lo que no parece ser y habla del conmigo divino, sin aquella clase de locuras de fuego cruzado contrapuesto con la nulidad de aquellas prisiones psiquiátricas de la grieta de maldad que invade el desenlace de cualquier tos entre momentos de movimiento de por entremedio, empujando la cuba caliente, o los alientos sucios del buque de resiliencias y resinas inventadas por potes y cavas de rosas y petunias sin helechos de literatura o frisonas obdulias descalzas para parecer canciones de creencias alegres y síntomas de los sabores dulces de gramos de uvas y cuerpos de lecheros entre bailes del dolor del pupurri de pruebas para arremeter contra las coincidencias escritas en cualquier tablero de escaseces y tiralíneas sin saber lo que sucederá en el paso de las notas del abracadá, reescrito por lo que suena mejor que los antiguos tiempos de guerra y palabras inadecuadas que no cambian el sonrojo de la previa marquesina de retornos hacia un purito de azufre, o calcos de voz con las apariencias de liberté, o la minúscula picor de tor entre venenos y sulfuros de tostona para no temer el feo gesto de padre, o del mil, o las leas de Blas.