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Izriživi


Ecuánime, apoyada en el quicio del pecaminante medio sordo, sin la entereza del enterado, ni la mancebia de la carta de ajuste apoyada en el otro final de cuentas, de irizizv, del sexo que vuelve a fallar, a no armarse con el destino de la última llave de karate que vuelve a ganar a la última vagina irritada del roce esperpéntico entre el olor y las demás ganas de arder como cuando se abre y se hincha el clitoreidal y las redes de cabeza que no pueden penetrar en el vago postizo que sorprende al territorio del único piercing de planta y ácaros y libros de recetas del kamasutra, o lo que se cocina en la kama-loka teosófica de algún tipo de templo chino anormal entre mujeres de montaplex y noches entre tetas y cunilingus y ejes que cuestan de detener, escuetos con la mirilla y los enormes trabucos que buscan el siempre correr y fabricando musas para ahijar y truescos y ecuaciones y docenas del treinta y tres acabezando la delgadez de las formas y los fatales encuentros con cada administración sin anunciar el cómo llegará la lupa en la noticia del genérico avantítulo de alarmas y algún tipo de crudité que salta de parada hacia la otra oca y más aullidos de loba y menos auras convergidas en negritas injustas que no recuerdan la nada sin hablar, de los prados pardos, apellidados como aquella fulanísima, como el primer contacto con el inigualable facesitting con leggins de algodón grueso y tardes abandonadas que suspiran impacientes para volver a abonar las crías de dieciocho vientres sin que sean de alquiler, con babydoll, y lo más princesas granjeras posible, rectificando si será semillita pronta o la marca del presto metida en la polenta de cualquier nido de cuatro hojuelas.      

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