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Potivim


Potís, mayúsculos barquillos de papel regresando con el rengo de wokitokis y espazienthonfendukemmwere en la educada tarde del dátil y las fechas navideñas con el olor triunfal de zizagués y la ronda del canal de conciertos y pajarillos de nado sincronizado con las mondiolas de cada mujer vista en el fondo de la pregunta del cuando político, recostado, que muda su principal piel de lagarto del biorsí que quema con la gala de la exquisitez de la mascarilla de pelo, del muy más luego del aire, o las cascarrillas y zumbidos de la duda que ojean gracias a la secretaria, a la visita hasta la cintura, hasta el azucarillo del taxi, de lentes abrazadas en los siglos que durará el recio polvo, acompañado del olor a cascarrabias, a potivim metido al ojo como pelusilla de calle, o la incómoda escribiendo en el mismo papel que la otra mente remetida entre años y muñecas rusas que caen desde el corazón hasta el café de baño mirto para escuchar el rondeau de ambos dulces de niño a una cuadra del encanto, del jazmín increíble guiñando al gato, al olor a delial que empuja las ágoras de ropero que respira salud térmica con los poyuelos a punto de salir de sus respectivas cáscaras de nata y nadas dentro de un sueño y a la vez más enjazminados abrazos orgásmicos y paisajes de estación pegados al rol de Papá Noel y potitos de otro adiós que saluda la espasticidad plácida del tiempo de vacaciones que no revisan los cropés con las croquetas y pótivims de la baja del repuntelado objeto de deseo que continúa con la rubia, o en téñio, o con las bombachas nuevas que no fallarán en el próximo concubio sin poder arbitrar en los ánimos del beso negro, o de las estancias en las estructuras de hiel y más postres galácticos.      

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