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Haticenh

Hatich, casi sin viento, y la poca idea que cubre el feo gesto de no arder en lana, ni en los imaginarios más profundos donde se habla otro lenguaje, otras setas de sexo y mayo, y fetiches y gringueos, más párrafos de eliséos optando más campos que rampas de tetas y acuarios de tres bayas y armaronesy desdichos profundos, torcos, y tercios conllevados para el futuro equilibrio emocional que comienza por el cupido que aún se la espera masturbando y acallando las copias, los museos y el dereré de cilantro, y cemento, y obsesiones con todo lo bueno, sin dejar el falafel con la shisha como aperitivo y el hatichech en las catacumbas del olvido, en las antiguas yebras de enaguas y múrgidas y horas del paseo con horarios atragantados con trozos de chichita y algo de puré de rábano como complemento a las etapas de recomer múgridas especies de condomino y cadófios sin sensatez ni aquella alma para volver al juego para gastar los recuerdos malos de la vida haciendo la vista gorda y maleable con la ibicenca sensación de ahogo y abandono, y muerte en vida, sin resurección por parte de un trauma ahorcado que olerá a podrido, a estaño, a película de terror, a rencor de etiqueta caduciforme, para desinhibirlos pedazos de paja del demonio de hierro, que ya cojea con el karma en el tabloide, a punto de saltar al infierno con los tiburones y con ninguno de sus deseos bajo la pulpa vigilada del trufito y de aquél recadero lánguido e historiador de purgas y titubeos y picores del collar del profeta.     

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