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Acogno

Edalvío, tátara, vétrara, o la julaya corta que llama al no sé para dudar del merecimiento y del miedo al retoque de una vida, en la oliva de memeces y algo de acogno que acojona, pero ahora no se puede ni mencionar otro retroceso para rapear a favor de un todo, de la unión del jaulismo que pronto saldrá en libertad sin el miedo a la próxima carrera de la euforia hacia la puntualidad de un poco de descanso de la creación mental con la saliva de silva y los acontecimientos conseguidos con anterioridad y con técnicas para la eficacia enganchada al definitivo sí quiero, como representante de caer bien a la canción de la entrevista entreabierta regando el desorientado perdón, aleatortio con un chantaje resguardado en cada cielo sin conejos ni demonios ni empaques de frituras y taquicardias de la pura emoción del futuro coste, de otra parrafada de amor, la sincerina congeniada con las falcas y memorias del corazón, pegado cientos de veces con pegadulce y algo de oro, en cristal y amaranto, y acogno estampado en el tartar de la panadería que no se verá entre las horas del beso y las bases sólidas para seguir con el mito de la conexión, que posiblemente no todo esto sea automático y mito, con una mano de mate real con el acorde desde arriba desde el mandato del tatuaje de incógnito, abriendo otra vez los registros para hablar del cómo seguirá el párrafo hasta los próximos cimbreles congregados para volver a embarazar la braga y estampar la marca de siempre en los campanarios y en los ñoquis con roquefort, o dulce de loach, o estambres para comer con pistil, o pastel de foundant, y los cocos salidos y los aladeltas esperando la salida en el centro del obrador.        

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