Sasap, o poses, o sopas tratadas como hijos, como crema desde el momento presente dentro de la voluntad que alcanzará algo desde el contraste alterno, con la incondicionalidad de los polos, y de la bellechia obsesionada con la papatá de algo de entrecot y amasantes frescos de la pintora más fresona, dividida en pequeñas ubicaciones del servir confianzas y matinas, y aquella llegada del horóscopo de fuego, que augura el éxito del próximo beso entretenido por posar y armar famílias y pastas de papta y treinta y dos hijos que llegarán al mismo tiempo que los pies y mangas y caras por ir a pie y seguir dejando huella y agrandando la leyenda y posesiones y eliseos para un nuevo marketing personal, y el fin de la encarnación del dolor sepultado entre dunas y lunas y resarcido por la repetición de más vocablos que las enciclopedias y gestos de hurgar pereza contradictoria al día de vivos, como algún que otro pan recién ordeñado como el tipo de leche aparente, o cualquier elemento líquido y viscoso como tal, como en pared y gotelé, para el próximo destete que podrá hablar ya de éxito, de sarcasmos y pinos, y más pitos sin testículo izquierdo y variopintas manchas quemadas con criofiliación y más hielo que en la provocación del paradógico oligoelemento de trufa y menta y miedo al despecho, a que no se dé lo que ya es evidente que se tiene que dar con el último cable del ciel, de acuerdo con el destino, y con las alas que en breve dirán que son cuarenta y una, o las últimas de las paptá para elevar la musa hasta el tópico topáceo de tapiz y agujeras.
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