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Laldida

Ladilda, y el objeto en masculino, o ausencias del dil, o del dedo, o dedal, o laila, o lalai, o dalai entonando las preocupaciones del mañana indefinido, y siempre  válido por el siete setenta, con cé, y vinilos, y la fé puesta en la ladilla, o en el chumenel del dildo con cola arrancada del manantial de piel de zorro, de amamantero y cansancio con el diazepan a rayay el mar a cuestas, con los proyectos de playa y las provetas a punto para la extracción de niños y sangre y todas las revisiones y milagros del hoy para los recursos de la apuesta para la intensidad de los cinco minutos con seis décimas de pililím y algún que otro cambio de turno hacia la tirada, hacia el éxodo moral, del puro cansancio de mente, o para mentolar las duplas, los olores perfectos que merecen ser embotellados para la eternidad, de la euforia que se tendrá que controlar si se quiere llegar a lo más alto, al público, al paciente, al moño de la cordobesa, al siguiente olor de lalid y lailas y lobos de mar y acotaciones para los cinco minutos restantes al pródugo criminal, o al extremo caballista que no cesará de tentar al tiempo de troblés, de acusaciones y un poco más de guasa, contada con los grados de tarot y acicalado tipo de ladrillo, o de teta para postre bañada de crema de chocolá incontrolada, como esta ansiedad del querer que llegue el futuro viento en el tejado del emtec desde cualquier tejido sucedáneo colgado en el entremés de otra estampida que no se abrirá en gürnd, con el canal en la otra sede y las mariposas en la bufeta de los cuatro estanques claves, que no hablan de humedad en los bajos.  

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