
Tres cartas, negro que vencía la oscuridad del descampado, de tiro al blanco, tiró, tiró, la vicuña apenas se inquieta y me sigue mirando, me sonríe pero no permanece. Nunca penetra a mi rendija ni a la una de cambio, ni a la de dos, ni a la de tres, ni creando el efecto humo, ni descorchando el número adecuado de visitas, ni escuchando su voz, ni de pisco, que se introduce clandestinamente hasta llegar as u posición derrumbándose de remordimientos y visitas en globo de luz difundida y grave, sin el orgullo del bostezo imaginado por los bloques de crema de Natilla, sin ser Danone, o dándome Danones de la nevera caducados en la fecha clave de la entrega, de la resaca que se cierra en sí misma para buscar el silencio de las borrascas ultimadas entre otras resacas tempraneras, al zoom, a los ojos, u otras partes corporales y sensuales, que se recrean en tiki-taka, en el teva meva del fútbol, en los toques del Dare Mo del casteggio a los aspirantes ebrios de cervezas y diazepanes.
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