Hace dias que oxibitué llegó a nuestra mesa. Llegó empaquetado y acompañado de papitas y calamares a la romana, pinchitos, chips, toses, eructos, vinos, delirios, culos para meterle mano, lenguas para doblar bragas con enate, caricias para complicar el cerebro unido con los chinches migales de su cremallera abierta ocultando la buena butifarra de Vic,
la que sabe el qué y el cómo de la vida y del amor oculto de los ocho placeres, de las ocho cocacolas que hablan de pezones y de Vargas Llosa, de diferentes copitas de tinto o de tinta del pulpíssimo pulpo gallego o de palabras de C2, léelo bien que ya termina, no, no termina, sigue mirando las luces y plantas navideñas, las llamadas espiricuetas de las buenas noches, o de los buenos dias, o de las corbatas de la gente que tenía que venir y no vino sin onigiris ni un maneki nekoexplotado por la fortuna sin sentido ni sin musas volando y fumando oxibitué liado con hojas de parra y chaparritas que siguen igual, sin buscar mis besos ni mis sonrisas, ni mis labios esperando a que vuelvan caras distintas, voladoras, con delirios y otros besos y resultados distintos a la crema de leche.

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