Venía de las tierras más lejanas, con sus más y sus menos, llevando entonces el ardor de su cuerpo, su olor, sus segundos que pasan sin parar y sin detenerse ni un instante y buscan su cuco adecuado, su gran estupidez que se empeña a convocarlo a lo lejos del zorro, para apoderarse y seguir volando y brillando como cada cabra, cada ira, cada noche de reyes que caen cuatro o cinco regalos, nada más, pero a veces ninguno, y lo buscan, y no se encuentra, no hay manera de lavar la imagen de incrédulo que siempre habla al revés y no dice la verdad, y la caza, o eso parece, y se vuelve a escapar una vez ya la tiene controlada, y se estremece y se vuelve a hacer la viva volviendo, y derrama perfumes de hocico sin fijar su atención sobre mi, ni se fija, se va ciega, inocente, huyendo de todo lo previsto, sosegado de las veces, de las parras, de las magnolias tiradas por cuatro caballos con cola de gigante, y blancura húmeda, como de un mármol pardo que no justifica la vuelta del deseo, y que aspira a algo más.
Venía de las tierras más lejanas, con sus más y sus menos, llevando entonces el ardor de su cuerpo, su olor, sus segundos que pasan sin parar y sin detenerse ni un instante y buscan su cuco adecuado, su gran estupidez que se empeña a convocarlo a lo lejos del zorro, para apoderarse y seguir volando y brillando como cada cabra, cada ira, cada noche de reyes que caen cuatro o cinco regalos, nada más, pero a veces ninguno, y lo buscan, y no se encuentra, no hay manera de lavar la imagen de incrédulo que siempre habla al revés y no dice la verdad, y la caza, o eso parece, y se vuelve a escapar una vez ya la tiene controlada, y se estremece y se vuelve a hacer la viva volviendo, y derrama perfumes de hocico sin fijar su atención sobre mi, ni se fija, se va ciega, inocente, huyendo de todo lo previsto, sosegado de las veces, de las parras, de las magnolias tiradas por cuatro caballos con cola de gigante, y blancura húmeda, como de un mármol pardo que no justifica la vuelta del deseo, y que aspira a algo más.
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