
Zenzen, presente en todas partes y asqueado por el no encuentro consigo, y las sesiones de grupo que parecen sectas satánicas de cualquier infiltración prohibida, del delgado mito nórdico Snö que se funde y entran otros, pero esos no hablan, sólo escuchan musiquilla francesa que suena precoz, en voz muy bajita, ubicada como unidades que leen acciones en checa e imitan errores del 27 con Carrillo al frente de todo. Miles de crímenes lineales, y toses, y vocecitas que dicen el nombre de cada estación, y restos conservadores que se quejan de cada encuentro casual, y le miran el trasero a la mulatita que ahora se sientacon el niño y la música francesa, y sus motivaciones para la risa que supera la depresión y vómitos antiguos, y hace de purgatorio, y en el medio como siempre el verano preocupado por los tramperos y cardos que salpican la leche con sobaos en su taza de oro, en una sola imagen, única, dorada, que refleja asaderas de único torpe, y sale con un anzuelo a esperar los nísperos azulados con creme de la creme de la coloración blanca, un poco ancha y atada a los delirios de la vida, a las tetas que no son de silicona, pero observan el entorno como si tuvieran ojos carnosos que no terminan los sueños y los textos eternos de mi sien.
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