Dificilmente escucho algo fácil, sólo recuerdos de aquellos años, que se pierden por atrás del celofán verde, iluminado con una pantalla, diafragmado a F11, sin que se produzcan sombras tiradas con polaroid con cámara de nueve por doce, de placas, y me dice que mire, que siga, que llegaré a lo alto de la cima, solo, que el techo se abrirá, me lo asegura, pero el cuando y el donde no llega, y los deseos de otra vida augmentan, y se van de vacaciones sin cuello, y repiten las polaroids y placas, luego revelan no sale bien, el laboratorio desaparece dejando rastros de cambio de ciclo, para morder otro culito de mazapán que también madurará con cada letra del destino, y también se irá de vacaciones con otras historias y mordiscos sucesivos que no aguantarán las presiones exquisitas, y se irán en busca de mujeres maduras para paliar algo que empieza a preocupar, y no sabe si el celofán que hay que poner es verde, rojo o azul, es decir, RGB, o si se debe calcular el factor fuelle, o usar el termocolorímetro para calcular algo fuera del todo, o lo del color LAB, o del CMYK detrás del marrón, antes que llegue el gris, la otra vida con sus reflexiones correspondientes, basadas en teosofías y Franzs, y Fabios que existen pero no se ven, no presentan almas entre cada sociedad, entre cada segundo que el mundo gira. Se reúnen, charlan, plata al viento,
luego se desprenden de otros recuerdos en un nuevo día horrible, flexible y largo que no pretende nada.

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