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Tercera sentencia


Recaditos, torres de cristal, escaparates luminosos, recargados, hipnotizantes, sin que la narración avance por si sola, y cante el na na na, y se vea con los del barrio, y chille donpin, y busque su marajá, y sentencie las angústias y criaturas distintas cuando se trataba de los fieles seres que actualmente se revelan y se convierten en rutina literaria sobre su estómago moribundo, sobre la marcha del despertar, en doble habitación enorme, con sellos y cajas, y remolillos entre sus deudos y brillos derrochedores, reflejado entre lo real-imaginario, a buen paso, pero avanza, y luego está la gente, un trocito de cielo rosa bajo la luna llena que agarra de la mano la cuestión corriente, y llega la hora del valle, salvaje, con un sonido gris, de cartón pluma.

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