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Acelgas y auroras

Pinceló el vaivén, siernas incandescentes calladas en las afueras del despido para ver el entrar de la tímida tacitud tras el servicio del tal malayo prao de ochenta acamadas piezas de la zona erógena, del pubis de riesgo sin autoridad ni criadas con sus perros solteros en la ladera a medio retirar la estricta mirada, la arremetida de base de dildos y dedos para la colonia de las fragatas y ritoques de etiqueta como estampas gotosas y álgidas inclinadas en el poseso casi físico del inmutable sentimiento de poder sin esposa sumida a trece mil auroras de plástico fraguado de trocitos de amapola globular tendida hasta el llano de increpancias y crostas de resplandor de las aprensiones de tonelaje y días de bragas y poco rollo más, poco pupilaje, poca teta falsa de votación, poca vocación para ir cerrando el tema del vello fácil, mansísimo, que teme otro orto con el gasecito incorporado y la base de popó de lámparas y candelabros de manteca y la alcina que menciona la paranoia como sustituto de prostituirse con la piedra, con la noche, con el día del nunca en la nuca truncada, desconfiando a cada paso del mismísimo para no volver a los seis años de edad con el recogedor de acelgas y auroras y lembranças bajo la gracia de dé y las brumas tarrudacas de elixir contra las brillantes del paralizante olvido cada vez menos presente en cada destejida vida sin afecto ni artículos analizados para la calidad hipotecada que pincha entrecomida por la contribución de cortoplacismo dedicado a enfrenar el corto plazo del paro altisonante al bienestar del rescate del desmoronamiento con alborzo y dosis pidiendo prudencia en la fiesta de la burbuja de semen en el collar de la bombacha adosada al pensateur, al cuervo que apura el zé pequeño con florituras completas de bolsillo.

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