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Arbadajabadulé

Bánjole de bar banasquí, asiento y juego del calibre 45, como balófilos contadores de luces, de torres, de charros, de feos y rústicos acostumbrados a crecer bajo los tímpanos de la mesera, de la balada mensajera que retumba en el huérfano impulso hacia la impaciencia de cada inexperiencia de casorio que aplaude con tambores y silencios de milésimas y ruidos de cascos galopando con la pieza de tronantes chanquetes y lenguas de pólvora convertidas en caricias y plegarias llamadas a ser grandes realidades que fulminan en un nocaut de un caso, de teatro y constante e histórica guía de campo de las personas correspondidas en lápidas que recorren hacia las corresponsalías neutras que levantan una venta desgastada que separa el inclusi con una postal tirana, en alguna novela de perpétuo concordar con las fieras las frases de diccionario que se editan en el sufrido cuetero de  apagada llamada infiel que influye al púrrico pánico de difícil control de personajes sin celo que dudan de la ondulante felicidad, de ideas dando el miedo a la pérdida, al abracadá de esta magia del pez intentando comer la vera de cables y barbán, y gozos y palomitas para la ventresca de corbata que no pertenece a ese hubo, ni al huevo derecho ni busnó obedecido a través de más fármacos que el estímulo que consiste en la obcecación que salpica la cara con la leche en la próstata primaria restante como en algún perfil restante de psicología y puesto de trabajo sin quedarse obsoleto como el anterior que cae con el sistema inmunológico del propio ritmo que se resiente mientras miente por la baja, con un cuchillo en el cuello del orto haciendo de extra, de muñequil espeso, furioso, bolcado al imbécil de la esquina sacando escuma por la arbadajabadulé, o borbotones de tinta de la cuadriplegia que no transmite nada en particular y todo en concreto, hacia una nada que jamás habla al tipo enfundado a la fama con las fases del complot de cañón candente que chamusca el larguísimo imperante del episodio final de aquel aún que desafía a desmentir la tortilla de bits en los brazos y todas las demás noches de cuidado de manos y uñas y uñeros que pueden explicarse con las dábalas contestatarias sin fecha de caducidad del redondo en tabulés.

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