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Tartrazina

Tartrém de juego chah, de soplo de tristeza de tarta de coco tarado, como morfina aparte de la musculación de cada resto de montaje de muerte para las pánfilas incomprendidas y retorcidas por el plagio de traducir la idea de coverear los extraños socorros del papel de la revolución, de la vez de la conquista, duda en claro, con un aprendizaje de la gran somnolencia somnolienta que vestirá con billetes y herencias y libros en el no pienso, en el partido como guarnición del semental que no marca las eufóricas sin cálculos después de la fragante curiosidad del fin sin prisas para presentar como el primer plato de bebitas antes del rengo en los futuros que atrapan la picadilla de otra puerta de olor a caléndula, de imitación a cualquier galleta de mármol, de alga embotellada, entumada al fiambre frente al espesor de la baba de la erección más cercana a la viñeta del fiasco ebrupto, como suave lucha de presidencialistas tenores por salo, de varios vendedores que se salen al influenciar con la salud de otra fiel amenaza fuerte de vacío que ya pasa en el minutero del horno, sin la pura expresión que desmantela ingresos racionales para la última criatura desprovista de ojos para entender y competir con la parte de la neurobiológica de fuego, de la postura del perrito, de la compatibilidad con los mejores proyectos para continuar volando en los amores tocados por órdenes felices y completas para mover la lección del adentro, o primero de una sola presencia que entrega todas las existencias del lugar exagerado para copular con la nada que no desaparece de las constantes pegatinas rodeadas de proporcionales significados inversamente separados de cualquier vocalista antes de insistir con la vista cubista de la hora aparentada voz de baño, o de inicio, o de irinas antes de más temas de café de instancias que crecen masivamente como muestra, como tallo de platanero, como facturas, como nostalgias que aprietan la música hacia lugares y hacia éxitos de los que no auguran lares ni tierras de múltiples biografías.   

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