Y de costumbre las mismas, las súbitas feroces que despiertan el armario en el suspiro enchufado al músculo de amantes, propietarias de las crudas piernas ya decididas entre como comer el músculo del muslo amoldado con yeso y interyecciones destrozando lentamente la aliena sensación de instantánea de proximidad hasta contestar la duda revivida entre los paseos y pasos a caballo del reestreno de dos puntos de luz y una larga estratega de llevar la merendilla con los pollitos, como quien lleva un niño de pañales para acallar las amantes que lo amamantan como un tamagochi abierto encima de la mesa con las palabras de pantecosta balbuceadas con la sensación de no ser novicio ni decisivo como un instante captado por una cámara de placas acabada de cargar y a punto del dolor máximo, inaguantable, inexpugnable, y todos los amigos en la tarara y los calcetines post-mortem, y la lana de todo esto que ahora estaría a la mitad del pajeador camuflado entre las cartas y cualquier cante de postal que no goza de otra pieza de trompetas y un ejemplo de casto a los mismos años en que se apagan las risas palpadas y anunciadas como un suplemento de trasero deseado, en la pared del testamento documental, arrapado con la voluntad de notas del deseo que no recuerdan la pena de la escogida maquetación de oficio, o de pecado de unas diferencias desesperadas sin sensores del costumbre de encima los autógrafos del sexo, o la escaleta de exclamación impensando las clandestinidades de apagar una nada en marcha, una venedetta en el tocadiscos de la pornografía, o escalinatas agonizando aquel luto del nombre de amor banal, y los oficios de reír que tampoco dejarán las salsas de las contracturas saladas del aleatorio en función de las rutinas con baba y grandes involuciones tropezando con cicerón, o con las sinopsis de paciencias exclamadas con sangres negras como para terminar tocando el dolor para perforar la bestia ocupada con el misterio del claro agazapo sin el cuchillo para violar la resistencia suculenta del poeta preso dispuesto a descuartizar un átice fijado para abalanzar las facetas de cuatro o cinco trozos de tapiz de patio.
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