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Los Tzao

Porrumpió el porompompero de Partner con una carcajada habitual cuando ella, sentada en el taburete de la cocina, salió rápidamente hacia el salón para ver que hacían en la tele. No había nada interesante. Se volvió a sentar, esta vez en el sofá de piel de vaca acabado de comprar en el establo de enfrente y que aún olía a cuadra, como el príncipe de Bel-Air (Bello Aire), pero el olor no importaba a nadie porque ya estaban acostumbrados a la pocilga, a vivir como auténticos cerdos de bellota, de raza pura y dura, pero estos no hacían morcilla, ni choricitos en forma directa y redonda, ni letras del abecedario, ni las indirectas aparecían directamente a la cara del padre del vecino del cuarto segunda.
Pero era algo de una forma poco habitual. Los párpados caídos, cansado, sueño violento, sin pereza ni curvas que se tengan que convertir en niveles, máscaras de capa, de enfoque, vectoriales, preguntas probables, gritos de ternera en celo, ladridos, chaporreos, americanas arregladas, corbatas atadas, excitaciones impetuosas, instantes cerrados, primeras cuestiones laborales, ocurrencias indudables, naipes, haikus, plantas de adorno, rayas blancas y de color lila, rostros imaginativos, caras conocidas, facciones abiertas, irregulares, feas, bonitas, sin tacto, ayudas prestadas, el bereje, el peje, la pija, los diferentes tomos, barboises, la mole, turbaciones silenciosamente andantes, fatigas, ansiedades borradas, palabras propias, altivejes, altibajos, todo eso, la masa descompensada, en definitiva, casi la una. Gambatte.

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