Si recuerdo la matrícula, el año, la capilla de la inmaculada, como el conato inaugural de los hechos, de las simples parejas que se resistian a cruzar el pasillo para ir del laboratorio de la planta dos a la cafeteria, de la cafeteria a la imagen suspendida por el mister pasando antes por el aula digital. Lo recuerdo todo con pelos y señales, incluso las curvas de aquella bella esencia de común denominador que no queria perderse ni un segundo de la hora del retorno a la élite mundial de las cámaras de placas y de los secretos cerrados, de la mujer del marido celoso y sobretodo de un periódico sin importancia.
Demasiado cambio para mi gusto y demasiadas ausencias imprescindibles obsesionadas por un cambio radical de hábitos y de costumbres. Todos los nombres de los alumnos habrán cambiado, las luces rojas, los MAC, mis pensamientos de inquietud, los recuerdos de la Granés asociados con el aroma de clinique happy, el optimismo de la filosofía, la era del vacío, no, eso ya es historia de diazepanes y ansiolíticos que a veces aún hacen falta, muy pocas veces, pero muy de vez en cuando todavía entro en la segunda fase, con el sentido construido en paralelo a mi mundo, con el hundimiento de los grandes discursos largos y pesados, con la satisfacción personal del dominio, del autocontrol, de la obra del itinerario intelectual, de la cultura moderna, del curso de publicidad y moda...
Por todo eso no creo que nadie de GrisArt se acuerde de mi, y si es así, les voy a mostrar el carnet del general I y II para que vean que un dia me perdí entre una multitud perversa y que me estoy buscando desesperadamente.
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