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Rofo

Ofórfogas y tururúes pueden resecarse prefacios y pidiendo y no me dejan que salga cualquier mantecolé, una esfinge como gnolos y el tacto en primera persona enloquecida, pará, detonante, escojo el pasado, el delirio conductor y presumir de aquella vez irascible como si nada, o tan siquiera veintiún borboteros y algún echec de fe y olor a matapolillas y creo que no puedo pensar en nada más impasible, que no suene a despedida con la luz apagada del pivote; a veces pasa el estable onírico, intangible, entre tantos girasoles y cronómetros, cúmulos de futuros y penas clavadas cuando la infermera todavía no ha pasado la primera ronda y no estás conmigo, y yo me hago mayor, pero tú no envejeces despacio, ni los primeros saltos de osmosis y dilatadores orales tras noche en aquellos moteles de carretera hasta un lejano mucho antes, o un después de la cena del trasligero nunca resuelto que encalla voces y no saben soñar en vicios y niños en el modelo marchitado, sólo desde lejos, el lejano ofórfogo, y días enteros y meses sin saber como continuar el lío sin tener en cuenta un mito primaveral, querría ser como anteayer a un extremo de la cópula estúpida, sustancia, beca breve, úlceras de colon, y sin volumen encima de los bulbos gemelos de ofensas al desdoblarlos ni la mano, ni la mente quebradiza habían dicho basta y yo ya ni sabía como continuar la repetición de párrafos y diarreas sentimentales para controlar cuando despierten sin el calor de una querida y la desconfianza amiga que me sigue y me besa el cuello antes de meterme en la cama y me arropa y repite flojo que habrá alguien próximamente creyendo en lo que no puedo creer y cada vez menos me para.

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