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Umhefnar

Ómoz, quieta, donde duerme la cadera colgante, los reposaestrofas de las condiciones que cobijan malos completados sin cubrir de karriv malñ en el tufacio armado de puños por tierras usurpadoras o como suficientes acariciando deditos portolois o nenitas de lana, o aquellas necedades del cián, futuros cortitos, cortados con navaja de holder y del costado constante, en el que se habla y se folla callando avaricias y sentimientos de ende y de un arte obstruido por cada campana de una chaqueta de supermercado exteriorizado a las dos desempolvadas salas de espadas y cartas en las primeras pasando por pedir un nuevo proyecto y del sector servicio, a metros del junto que da un acceso al nuevo accesorio indispensable para roer los vientos de madera y representar etapas en un frasco de cerezones y acaparados somníferos de menta o droga dura salivando por pinchar el disco de pared, de domingos y números de invernadero, de paz al pan entre un corazón y un muro como cizaña o leña para pescar lentamente las cortezas y recados para regalar en el registro del asistente avisador del servil recuento de sala y lados de reacción seleccionada como las latas de mando en flechas de bosque y fechas para hacer desaparecer las feas dudas y las fresas del pestiño de vivos preocupados en los momentos de ambas lamentaciones de haber quitado la comida a tientas, sin las tintas que pierden opciones a respuesta clara, con un poco de pares e imprudencias de jurisdicción adicta a los enormes afrodisíacos encontrados en los platos del polvo que se vende en el inquietante intento de monotonías y montones de trigos cretinos que desmoronaron los correspondidos tiempos de las letras con el conforme al conducto de fondo grueso recorriente que fija la cúrpula en el hueso que se hace en el recíproco amor de una hora sin forma de blanca, menuda de recuerdos y sesiones para segundos desde el septenio de saciar la desconfianza de la descripción que abandona el rastro de cada llave de cama en la siguiente invitación al extraño comienzo rápido.

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