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Anuptafobia

Anuptar en ayunas sin dificultar el prefacio del epitafio sentenciado con el silencio, sin sistemas de llegada hacia un contrato en defensa de la confrontación hacia los límites que no conservarán la capacidad de brujería sin la prioridad de una belleza consagrada en la consolidación de los estereotipos etéreos que campan por las divinas industrias de canciones, o malas artes, al loco fuera de colección, esperando probar lo tradicional en parte de lo marchitado entre carrot cakes y rubias trenzadas y serios sorbos de algas y cafés rey, de lonchas de cautos y automáticos miedos a la soltería, a eructar con el estómago de paja, polenta y alfalfa sin aquellas gorduras de porquería y anuptancias del déstico al que le cuesta hacerse con tremendas decisiones de acabar con el agujero negro como en el sueño del barco que seguía pescando sombras en los medios de comunicación o jalatas de pelirrojas hermandades de jefaturas como diásporas en cada patio del convento que retiene el mareo o las andarinas muñecas para el famoseo de redit o revistas sin almas de sonajeros veganos a la luz del lujo, del inventorio de unas trampas alejadas de las bruptuosas calores del estilo sin marcas de márketing que se lo lleva las ventas de la nube, o el élite del papel azul, el de fondo, el chromakey ortografiado con un tetragrammaton de mantecol, o papel, o pasta de hojaldre, o liebres que piden trasero de cerda para paliar el picor del futuro, o en más vendas para previas muestras de mujeres o utopías de campo pasadas por un tráveler de esteticién y contradas de programas quemados en colaboración con el típico espacio de trípticos y abejas sin saludar otro mientras vecinal de cada orilla de un trasladado gigante directo al aparato cognitivo, a unas vulgares como cartas de buffet en taín, o colmas de quínua en unas cuantas conejas presentes en responder al neurofuturo de la palpación para reequilibrar las situadas sudoraciones de la polución del terapeuta de la pena que rebienta cada poro de la envidia malsana de derechos y oboés y besos del shein, entre aquellos cuadros raptados por pagos casados con el deseo de custodiar el traspapeleo de flores y patas abriendo el camino de otro compromiso natal.    

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