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Camenocel

Cámenor, dulce almohada como cara colada en el asiento de la maravilla casi entre bambalinas y anhelos de adrenalina, o cada quizás en una contra que adelanta el ver en trece mil yacimientos de confusión con el marido del verano que no se quedará para siempre, para hacer el favor de casarse con el olor a jusilo, a vida de arqueólogo del tipo mitad de algún debut de sensaciones y alas de manteca y promesas para el siguiente protocolo de patas cortas y menos pendejadas que las que pasan de la atención de cualquier atracción a la opuesta de potencias para exponer los recuerdos de las trece primaveras que experimentaron con pocas ideas de cameos como hinchados de tricotram y tapetes y alguna pareja de egos que revive con un tipo de formación informal, sin la cuánta de blancas que viven reservando los puestos de laburo que calientan los nidos de abascal, o las luces del foco de cada castro para carros de mujeres maduras mentalmente, sin quebrantar falsas esperanzas ni malentender el plato de macarrones con esperma, con tiempo de baba y la calma del chau, de la imbecilidad de cualquier fama sin dineros ni regencias de quejas y miedos de que llegue el final sin comienzos de estatuas y más poder de dejar atrás varios casquetes de cola sin demasiada lectura de donacha y camenocel y varias biblias de querer ser el de antes del gusano que carcomió la intransparencia que todavía se sienta en el fondo del burdo sin armarios o números, o tipos de itv que pasan por tres sencillos procedimientos de extracción de una Master Class de culos y labios abiertos para observar los adentros de olores a excitación abierta al cambio, a otro canon de belleza muy diferente a la habitual de habichuelas enormes y porotos con barro y meadas de gas sin atacar la muerte de cumbres y miembros selecteando varias de las sectas concentradas en la dirección del amaranto sin las pascualinas de una voz de caja sin repetir fémes de frames ni hambres de silencios vacíos  del orgasmo principal que pone a raya los probadores de gloria posesiva.

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